¿La nueva economía? Se viste de falda y camina en tacones
Por Jale Woods – Editor en Jefe
Dicen que la moda es frívola. Que es banal. Pero mientras los titulares hablan de inflación, deuda externa y tasas de interés, los verdaderos indicadores de poder y cambio se esconden en algo tan simple —y tan simbólico— como el largo de una falda y el grosor de un tacón.
Sí, lo leyeron bien: una minifalda puede decir más sobre el estado del mundo que un informe del Fondo Monetario Internacional. Y no, no es una exageración: es economía en clave estética. Es historia repetida en tela, en pasarela, en tendencia.
No es una coincidencia. Ya en los años 20, el dobladillo de las faldas subía con la euforia económica y bajaba con las recesiones. En los 2000, tras el colapso financiero, los tacones de aguja regresaron con fuerza como símbolo de poder. Hoy, en un mundo post-pandemia, donde las tensiones económicas se entrecruzan con el deseo de libertad, comodidad y expresión, vemos cómo la moda vuelve a ser reflejo —y a veces anticipo— de lo que vendrá.
La falda midi, los blazers estructurados y el regreso del corporate chic no son simples caprichos de temporada. Son el uniforme simbólico de una generación que está entrando al campo de batalla del mercado laboral más inestable de las últimas décadas. Y el tacón —ese accesorio amado y temido— vuelve como estandarte de una feminidad que se niega a ser domesticada por la recesión.
La nueva economía se mide en microdecisiones: ¿gastar en moda o invertir en salud mental? ¿Vestir para destacar en entrevistas de trabajo híbridas o seguir apostando por el quiet luxury que no grita pero cobra? Las marcas lo saben. Y lo explotan.
Las grandes casas de moda están jugando sus cartas entre nostalgia, adaptabilidad y deseo aspiracional. Pero la generación entrante —esa que navega entre deudas estudiantiles, alquileres imposibles y salarios fragmentados— no compra solo por estética, sino por estrategia.
Hoy, una falda bien elegida puede ser una inversión. Y un tacón puede ser un statement. Porque cuando la economía tiembla, el estilo grita.
Todo lo que usamos tiene una carga política. En tiempos de crisis, los códigos de vestimenta se convierten en resistencia o en sumisión. Y aquí es donde la moda se vuelve peligrosa, poderosa y profundamente simbólica. Las pasarelas ya no solo presentan colecciones: presentan manifiestos. Y las marcas ya no solo venden ropa: venden ideologías, estructuras sociales, aspiraciones, modelos de éxito.
Entonces, ¿es exagerado decir que una falda y un tacón dictan las nuevas órdenes mundiales? Para quienes todavía creen que la moda es algo superficial, la respuesta será sí. Pero para quienes entendemos que vestirse es un acto político, económico y cultural… la respuesta es obvia.
Porque la verdadera economía también se escribe en tela. Y esta generación lo sabe.



